El tema de los pelos es algo que siempre nos trae de cabeza (y nunca mejor dicho), en unas ocasiones por la falta de ellos (como en el caso de muchos caballeros), que les hace caer a veces en el mayor de los ridiculos (¿recordáis a Iñaki Anasagasti y su flequillo de tres pelos peinado al bies?) o en la coqueteria mas extrema, que les hace pagar un ojo de la cara (y el otro también si hiciera falta), para que les hagan los injertos necesarios para conseguir tener otra vez la añorada cabellera que un lejano dia tuvieron, como son los casos de Jose Bono, Julio Iglesias o Elton John e incluso hay otros aún más patéticos, que al no poderse permitir el lujo de pagar por sus nuevos pelos, se colocan un peluquin encima, que se nota que es falso a varios kilómetros de distancia.
Pero es en las mujeres, en el que el tema de los pelos nos da normalmente más quebraderos de cabeza: que si lo tienes demasiado graso o demasiado seco o demasiado fino o demasiado rizado o demasiado “algo”…. Vamos, que nunca estamos conformes con lo que tenemos y entonces nos vamos a la peluqueria a ver si nos hacen algún pequeño milagrito, pero cuando estamos allí suelen suceder cosas como éstas……….
"¿Se imaginan que van a por el periódico y dicen:
_ ¿Me da el País?
Y el quiosquero les contesta:
_ No, le voy a dar el Supertele… y este paquete de chicles de menta.
O que cogen un taxi:
_ A la plaza de las Ventas, por favor.
Y el taxista les diga:
_ No, le voy a llevar al Santiago Bernabeu, que a usted le pega ser del Madrid.
¡Pues eso es una peluquería! Un sitio donde pides una cosa, y el peluquero hace lo que le da la gana. Por esta razón, lo primero que haces cuando sales de la peluquería es buscar un espejo y ponerte el pelo “a tu manera”. Y digo yo, entonces ¿para qué vas?
Yo creo que la peluquería es un sitio del que hay que desconfiar, porque todo te lo hacen por la espalda. Es curioso: engordas, te deprimes, estás celosa, y en vez de fugarte con Pierce Brosnan que es lo que deberíamos hacer todas, te vas a la peluquería y le dices al peluquero:
_Córteme el pelo por aquí. Quiero un cambio de imagen radical.
Y ya lo creo que te cambia la imagen. Te deja como si hubieras metido la cabeza en una freidora. Te ves tan horrible que se te olvida la depresión que tenías, y te agarras otra. O sea, que en la peluquería no te quitan la depresión, simplemente te la cambian de sitio.
Y de ahí su éxito. En una peluquería, a los cinco minutos ya te han convertido en un adefesio, para que se te olviden las penas que traías.
Te ves sentada enfrente de un espejo, en babero, embadurnada, con chorretones de tinte resbalándote lentamente por la cara colorada, la cabeza envuelta en papel albal y oliendo a huevo podrido. Y piensas: “Sólo falta que me salga un alien de la tripa, joder”.
Estás hecho un espantajo, y es el momento en que la peluquera se aprovecha de ti para ponerte todavía más potingues. La técnica utilizada es la siguiente: primero, un poco de peloteo:
_ Tienes unas pestañas preciosas.
_ ¿Ah sí? Muchas gracias.
Y luego te mete la cuña:
_ Si, son preciosas, lástima que…
_ ¿Lástima que qué?????
_ Que tengas el pelo tan pobre y apagado.
_ ¿Pobre y apagado? ¡Qué horror! ¿Y qué puedo hacer?
Y entonces te la coloca:
_ Pues mira, por sólo cien euros, te voy a poner un tratamiento de colágeno de placenta de foca que verás cómo te quedas.
¡Cien euros! Te dan ganas de decirle: “Oye, ¿y por qué no me estropeas las pestañas, que me saldría más barato?”
Pero eres incapaz de negarte. Yo creo que con tanto olor a laca, te pillas un colocón de miedo, y por eso dices a todo que sí:
_ Te voy a hacer unas mechas.
Y tú:
_Vale.
¡Desde luego hay que ver que obsesión tienen todas las peluqueras con hacerte mechas! Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que una mujer entre en una peluquería y no salga rubia con mechas. Aunque sea rubia, también sale rubia con mechas.
Que esto es otro truco de las peluquerías para hacerte clienta de por vida. Una vez que te tiñes, ya estás condenada a seguir acudiendo de por vida, para no desteñirte, porque en las peluquerías nada es permanente, ni siquiera la permanente es permanente.
A veces vas a la peluquería con un recorte de una revista para que te corten el pelo como a Meg Ryan. En realidad no quieres el pelo de Meg Ryan, quieres la cara de Meg Ryan, el cuerpo de Meg Ryan, el dinero de Meg Ryan… y entonces las peluqueras se tienen que buscar la vida para explicarte que, con esos cuatro pelos cabreados que te quedan, y que además te nacen en la coronilla, es imposible lograr un flequillo espeso, y que lo más que pueden hacerte es el moño de Betty Missiego.
Y lo que les gusta la tijera, oye. Les dices: “córtame sólo las puntas” y a la que te descuidas tu preciosa melena larga, que te ha costado ni se sabe tenerla así de larga, se queda en una melenita corta.
Pero lo peor es cuando la peluquera termina contigo y te miras al espejo. Te ves rara, como con cara de asustada, y vuelves a casa escondiéndote en los portales, para que no te vea nadie conocido. Y como necesitas que alguien te diga que te queda bien, le preguntas a tu marido:
_ Cariño, ¿te gusta?
_¿Qué es lo que me tiene que gustar?
_ Pues el pelo.
_ Ah, el pelo. Sí, sí, estás muy guapa… ¿Y cómo lo llevabas antes?
_ Pues era skin head, no te jode. ¿Y tú? ¿Cómo llevabas antes el pelo? Antes por lo menos llevabas…
Total, que al final, tanto esfuerzo para nada. Porque él nunca lo nota… ¿Saben lo que pienso hacer la próxima vez que me encuentre un poco depre y me entren ganas de meterme en una peluquería? Pues fugarme con Pierce Brosnan, a ver si de eso se da cuenta mi marido".
Fuente:
El Club de la Comedia
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